
Instituto ganó y habrá quinto partido

Talleres y un nuevo desafío: sumar de a tres en Avellaneda

Gloria Kreiman
Periodista
El primer filme de la saga Rocky, dirigida por John Avildsen y escrita y protagonizada por Sylvester Stallone, estrenó en nuestro país en 1977 y rápidamente obtuvo -aquí y en todos lados- buenas críticas y premios. Los Óscar son siempre un parámetro de medida de esto y Rocky ganó tres: mejor película, mejor director y mejor montaje. Un éxito inversamente proporcional a su costo de producción, que fue muy bajo. Y un doble mérito: fue el primer filme con temática deportiva en ganar el Óscar a mejor película.
Hoy es una obra de culto de la que se desprendieron otra siete y una octava que estrenará en 2023. Las ocho hasta ahora producidas pueden verse en la plataforma Netflix y han cosechado también, en diferentes grados, grandes masas de público y aceptación.
Rocky, la primera, es principalmente una toma de posición política y moral sobre el heroísmo inesperado y el valor del esfuerzo -el american dream, en definitiva-, a partir del camino personal de un boxeador casi amateur que tiene sorpresivamente la oportunidad de pelear con el campeón mundial de los pesos pesados.
Con una estructura lineal y foco en la épica del entrenamiento y el boxeo, el film toma su tiempo para construir minuciosamente al protagonista, sus parámetros éticos y valores, su vínculo con las mujeres, su situación socioeconómica, etc.; subrayando el lado sensible y vulnerable de este boxeador y el correlato de recompensa que esto tiene para él.


No es casualidad, en este sentido, que Rocky comience con una imagen vinculada al catolicismo, que tiene al sacrificio y su retribución como uno de sus pilares. Tampoco son accidentales los cambios cromáticos a lo largo de este recorrido: la vida de Rocky antes de la pelea es plasmada desde lo gris, lo marrón, lo oscuro; mientras que en el ring y alrededores todo se vuelve más luminoso, rojo y estridente.
De parábolas y motivaciones
El contexto histórico podría indicar un paralelismo con el sentimiento de impotencia y derrota de la sociedad estadounidense tras la guerra de Vietnam; siendo Rocky, de algún modo, una legitimación de los “perdedores” a partir de su valentía y entereza, más allá del desenlace.
De hecho, recientemente Stallone contó que el final que él había escrito era muy diferente, menos optimista (no revelamos más por si raramente queda alguien sin haberla visto), y fue cambiado por los productores justamente para crear un producto más motivador, probablemente en función de este contexto y esa intención.
Rocky se configura entonces, con este giro, como una especie de fábula con la moraleja de que, más que el resultado, lo valioso es cómo nos acercamos a él.
Nunca sabremos cómo hubiera sido y qué éxito hubiera tenido la película con su guion primario, pero sí queda claro que la producción fue visionaria y que, como sea, se convirtió en un hito del cine sobre deporte y del cine en general.
